lunes, 20 de diciembre de 2010

impasse






    Lo realmente grave de los espejismos sucede cuando se revelan como tales.

    Esto ocurre –generalmente-, cuando quien los contempla comete el error -cobarde- de buscar la alternativa a la fantasía. El espejismo parece ser demasiado dulce, uno lo sabe. Quizá finalmente se esté barajando de nuevo. Pero no puede ser así. Es difícil concebir un oasis cuando la sed aprieta desde hace tanto.

    Ante el espejismo, hay tres opciones posibles (siempre son tres). La primera consiste en alejarse inmediatamente de él; ignorar su (hipotética) existencia y seguir camino, sumergirse aún más en la desolación y aferrarse a la esperanza de futuras tentaciones.

    Otra alternativa es la duda. Acercar la mano y esperar a no tocar el bello holograma, implorar por el triunfo final de la lógica y la coherencia. Quizá el hechizo se esfume pronto, tal vez demore un rato más. De cualquier forma, sólo se trata de un espejismo. Este camino es el más adecuado para aquellos que necesiten pruebas de cordura y buen juicio.

    Finalmente, queda aceptarlo e inmediatamente ignorar lo que verdaderamente está sucediendo. Tomar al espejismo como la única realidad; la nueva realidad. A partir de entonces, el caminante lo  concibe como nuevo punto de partida.

    Paradójicamente, al llegar a este punto, se desconoce la irrealidad propia del espejismo y se llega a la convicción de que de que se navega la llana realidad, aquella que lo obliga a retomar su búsqueda de nuevas ilusiones.   

    Se cree que hay tan sólo un instante en el traspaso de realidades en que se experimenta un inmenso placer; aquel que consiste en la felicidad que produce tener la capacidad para tomar la fantasía como la opción acertada  justo antes de creerla verdadera.

    Es por este instante único que vale la pena entregarse a la belleza del espejismo.

    Depende de cada uno extenderlo el mayor tiempo posible. 


Espejismo (Beilinson-Solari)

La tierra gira, hoy, menos veloz.
(en ciertas cosas, el diablo siempre es neutral)
Pasará, ya pasará 
este espejismo pasará.

Cerrá los ojos y ves la boutique del rock
y sus jugadas que siguen saliendo bien.
Lo mejor de nuestra piel,
Es que no nos deja huir...

Contra las cuerdas vas a desafinar
canciones tristes, dueñas del corazón
Borra el rastro tu dolor
y ya no te arrepentís.



martes, 19 de octubre de 2010

Solo

-Ya está. Quedó inconciente, vámonos.
-¿A dónde nos vamos? De acá no te movés, Franco. ¿O ya te olvidaste de lo que te hizo la putita esta? Me pediste que te ayudara. Bueno, acá estoy. Vamos a terminar ahora.

Tenía razón. No hubiese podido llegar hasta ahí sin él. Pero verla inmóvil, enredada en el mismo vestido que le había regalado la semana anterior y que prometió estrenarlo esa misma noche me estremecía. Los ojos de Alejo eran severos; esas dos perlas negras decían más que su voz áspera y gruesa, que parecía salir de mi propio subconsciente. Yo quería lastimarla, quería verla sufrir. Pero sabía que no podía hacerlo solo.
-Sos un cagón de mierda, eso es lo que sos. Cagón. Ayudáme. Vamos a meterla al baño.
Por eso mismo le había pedido ayuda a Alejo. Era decidido. La agarré de los tobillos, mientras él la tomaba por los hombros. El golpe en la cabeza comenzaba a hincharse. Corrimos las cortinas de la bañera y la pusimos acostada, con la cabeza apoyada sobre la canilla. Se oyeron tres golpes en la puerta.
-No abras.
-Tengo que ir, debe ser Alicia, vive en el contrafrente. Debe haberla escuchado gritar cuando le pegaste con el velador.
-Ni se te ocurra ir-, insistió. Sos capáz de mandarme al frente, hijo de puta.
-No, Alejo-, lo tranquilicé. Aunque empezaba a dudar de su perversidad. Parecía disfrutar viendo el cuerpo de Luciana, vulnerable a recibir el castigo que creíamos justo. Fui hasta la puerta y abrí con el pasador puesto.
-¿Pasó algo, nene? Escuché mucho ruido, y ustedes suelen ser calladitos siempre. Perdón que me meta. ¿Está todo bien?
-No pasa nada, doña. Estamos mirando una película y la tonta se asustó un poco. Vaya tranquila, nomás-. Alejo estaba atrás mío cuando Alicia se alejaba por el palier.
-La vieja sabe, Franco. Te dije que no fueras a la puerta.
-No sabe nada. Cortala.
Sonrió. Fue hasta la cocina, silbando. Después empezó a murmurar algo, no entendía. De pronto sentí que todo podía salir mal; muy mal. Prendí un cigarrillo y me senté en el sillón del living, escuchando la hoja de metal afilarse sobre la piedra. Volvió a silbar. Entre el humo veía asomar su cabeza por la abertura de la puerta corrediza que daba a la sala y como dirigía miradas precisas, no a mi cara, no a mis ojos. Miraba detrás de mí.

-Vos lo quisiste así. ¿O no te acordás?- el acero raspando el esmeril era el tic-tac de un reloj de cuarzo. Escuchaba los latidos de Luciana.-Es una mierda la flaquita esta. Mañana a esta hora me lo vas a agradecer, Franco. Quedate tranquilo que yo me ocupo de todo. No merece otra cosa. Andá a saber hace cuánto te estaba cagando. Esas cosas no se hacen, Franco. No se hacen. No irás a decir nada vos, ¿no?- guiñó un ojo.

Silbaba otra vez, mientras terminaba por sacarle filo al hacha de cocina que nos había regalado mi suegra cuando nos mudamos a capital. Sentía la respiración de Luciana como si la tuviera en mis brazos. Hasta podía ver como su pecho subía y bajaba agitado. Fui al baño tratando de hacer el menor ruido posible mientras Alejo seguía en la cocina.
Traté de reanimarla. No me importaba lo que hubiese hecho. Había vuelta atrás. Parpadeó débilmente.
-¡Luciana, Luciana!- traté de susurrarle al oído, arrodillado sobre la bañera-. Tenemos que irnos-. Pero no había respuesta. En el living habían prendido el equipo de música. El ruido era insoportable, aunque me permitió oír la voz de Alejo.
-Franco…
Los pasos se acercaban. Sacudí a Luciana, realmente quería que despertara, que pudiera escapar de la monstruosidad que estaba a punto de ocurrirle. Que eludiera la muerte inevitable a la que la había expuesto. La sombra de Alejo nos bañó a ambos.
-Sabía que te ibas a tirar atrás, cagón. Correte-. Levantó a Luciana por la trenza cosida que se había hecho esa misma tarde y la apoyó contra el borde.
-No la quiero matar. No la mates, por favor.
-Lo hubieses pensado antes, Franquito-. Traté de tomarlo del brazo, de bajar el hacha que estaba por cortar la vida, pero un golpe de Alejo me tiró contra los azulejos. Él me miró a mí. Yo la miraba a ella. Antes de que el metal abrazara su cuello vi en sus ojos tristeza.


       La sangré me salpicó el rostro. Un grito ahogado de Luciana es el último recuerdo que tengo de ella, junto a una carcajada oscura y siniestra de Alejo. Me impresionó ver que se había puesto mi ropa. Tampoco había notado antes su cicatriz en el pómulo izquierdo, similar a la que yo tengo.


       Lo que más me sorprendió, fue encontrarme en el baño solo y ver el hacha en mis manos.





lunes, 4 de octubre de 2010

Locura, lacura

Lo siguiente es un trazito; un bucle de un garabato más grande. 


Y qué es un recuerdo si no son tus manos atrás de mi oreja, tu pelo hecho jirones que son barro en mis dedos o tus palabras bailando en mi oído. Mirar para atrás nunca es justo si convenimos embellecernos.

De día nos conformamos con la rutina. ¿de qué nos serviría la luna, sino? Vos con tus cortados, un especial de salame y queso en la mesa que da a Leandro Alem, las manos que retuercen el delantal, anotás con ese lápiz chiquitito y sin punta, “ya está lista la 6” y “cobre aquí” y “¿cuánto es todo?”, o te lo pedí doble en jarrito, y las moneditas debajo del plato y arriba de la servilleta con esas manchas marrón clarito y algún garabato de lapicera azul. Yo con mis remitos y la calculadora que anda tan mal, las facturas y esa luz de tubo sin ni una puta ventana. Las banditas elásticas, los clips y “¿esto tiene ingresos brutos?”, consumidor final, “endosáme el cheque”, y que me cierra el banco y tribunales, y el banco provincia de avenida Córdoba, el diario arrugado entre el brazo y la axila, haciendo malabares para tratar de prender un cigarrillo.

Y para los dos… Florida. Sin las palmeras, pero con manteros. A contramano. Los rostros y los brazos, los tacos que encabezan el éxodo hacia corrientes o hacia avenida de mayo y nosotros que entramos a las 19 a un edificio de oficinas que es la fiel representación de la inexistencia fuera del horario laboral. La oficina vacía número 302. la copia de la llave que le robaste a tu viejo antes de mandarlo a la mierda y a esperar que no salga el remate y a esperar que en tu familia piensen que todavía está hecha una mugre (y en verdad lo está). un disco de los Charly si me aguantás un rato o vos lo ponés al Flaco y nos miramos hasta que uno dice alguna estupidez que nos recuerda que las agujas corren por ese disco blanco lleno de rayitas y números.

-Imaginá que vivimos siempre una hora-, interrumpió Celeste.
-¿Cuál?
-12 horas, doce horas. Siempre las mismas 12 horas. El reloj es un círculo, no una recta.
-pero el tiempo sí es una recta. lineal.  
-A mi no me consta. Igual, no estás viendo lo importante. Imaginá lo que te digo.
-Bueno, las mismas doce horas. ¿y Ahora?
      -Ahí tenés. No habría ahora, habría ahoras. Cambia toda la percepción que tenés de tiempo. No podés pensar nada para ahora porque en exactas doce horas vas a estar en el mismo lugar. ¿Qué hacés, entonces?











martes, 7 de septiembre de 2010

Última noche

Despacio, muy despacio. Sentada en el borde de la cama te vas sacando las medias. Tus dedos enrollan suavemente la lycra desde tus muslos mientras me dirigís una mirada malditamente bella. Primero una pierna y después la otra, siempre tus ojos fijos.
Luego de apoyar el cigarrillo en el cenicero de vidrio y dejar el vaso en el primer hueco que encuentro en la estantería me abalanzo sobre tu cuerpo semidesnudo. Con la punta de uno de tus pies sobre mi pecho impedís que continúe desabotonando mi camisa y con un movimiento de extrema destreza me acostás a tu lado invitando a desistir de cualquier intento por evitar ser la presa.
Mientras una mano busca el cierre de mis pantalones la otra cierra sus garras detrás de la nuca. Cierro los ojos al mismo tiempo que tus dientes se hunden en uno de los lados de mi cuello, sujetándome a tu cuerpo usando las mismas piernas que antes había visto librarse tan inocentemente de tus medias.
Siento como la sangre se evapora más allá de mis venas cuando me encuentro desnudo y enteramente a merced de tus artes más perversas, toda tu boca dispuesta a obsequiar el mayor de los placeres; a llevar el deseo a bordear lo inimaginable.
Sentada sobre mi vientre y apoyando las palmas de tus manos sobre mi pecho me siento dentro tuyo como nunca antes lo había hecho. En una danza hipnótica te incorporás frenéticamente y de repente aparece ante mí tu hermoso pelo negro, que sujetás llevando los brazos junto a tus sienes. La respiración en aumento y tu aliento en mi oído. Cada grito de placer es motivo de excitación y de sentirse cada vez más vivo.
Ruedo sobre tu cuerpo y ahora te toca el papel de víctima, o al menos eso creo.
Fruncís el ceño a cada compás de sexo y retorcés las sábanas en señal de desenfreno pidiendo a gritos que el mundo no deje de girar.
Sintiendo tocar con mis dedos el placer, no tengo tiempo para descubrir tu brazo hundiéndose bajo la almohada.
Entre las penumbras veo un destello de acero, la fina hoja de metal hundiéndose entre dos de mis costillas y el río de sangre q salpica tu rostro horriblemente alegre. Una descarga de electricidad recorre mi cuerpo mientras me abrazás obsequiándome nuevas puñaladas en mis dorsales.
Quiero gritar, pero sólo logro emitir un débil gemido. Caigo al piso sobre un charco de mi propia sangre. Mientras veo como te vestís rápidamente, me decís algo que no estoy en condiciones de entender.
Entonces supongo que ese día no habías vuelto tan tarde. Habías llegado y te habías ido, tomándote el tiempo suficiente para tomar la foto.
La misma foto que veo ahora que la has dejado entre mis dedos pegoteados de sangre.




martes, 24 de agosto de 2010

Dejame ver como ven tus ojos

Mientras bebía un trago de esos que pretenden saciar la sed de una sola vez, vio cómo se sentaba a una de las mesas del rincón. Era de los pocos lugares que quedaban al margen de la escasa luz que bañaba la sala. Estaba sola y no le hizo falta mirar la carta para saber qué era lo que quería. Con la yema de su dedo índice alcanzó el cenicero de aluminio y apoyó sobre la mesa el encendedor y un atado de cigarrillos.


Cerveza le indicó al mozo que la adivinó entre sombras y el humo blanco, típico de la primera pitada. Dejó caer su cabeza hacia atrás, y estiró las piernas por debajo de la mesa mientras con sus manos se aferraba al asiento de madera como si fuera a salir despedida por obra de alguna misteriosa fuerza. Su pelo negro y sin brillo copiaba el trazo de los breteles blancos y algo deshilachados, que asomaban debajo de una remera gris.


“Cerveza”, había dicho. Pero cómo lo había dicho. No había sed en sus palabras, sino rastros de quitarse el sabor de otra cosa. Él la miraba esperando uno de esos cruces de miradas que provocan –en el mejor de los casos- un segundo cruce de miradas. Acercarse a una persona que parece estar sentada en el borde de la Luna le hizo pensar más de una vez en cómo descubrir qué música había en la voz de aquella chica sentada en la mesa más oscura.


Bebió lo poco que le quedaba de un sorbo y se dirigió a la mesa de la que ahora cruzaba las piernas y buscaba la mirada, su mirada. 
Se sentó frente a ella, pero inmediatamente corrió la silla para quedar casi a su lado (la forma habitual que eligen las parejas nuevas).


Laura -que todavía no era Laura sino la chica que no entendía qué estaba sucediendo-, lo saludó tímidamente y le preguntó quién era. Desde ya que no lo conocía. Marcelo –que aún era sólo una voz-, le habló sobre lo linda que era Lavalle a esa hora y como por fin podían verse algunas estrellas en el cielo de Buenos Aires. Laura –que ahora era la chica que sonreía con mezcla de ternura y melancolía- le agradeció el breve relato y le comentó de su departamento que compartía con una hermana en Almagro. Marcelo, que cada vez se oía más como canción, elogió sus ojos grises. Laura pidió permiso para acariciarle el rostro para después decirle que era más bello de lo que creía.
       
Marcelo –el mismo que la tomaba de las manos-, la invitó a salir de allí y caminar entre el otoño. Laura, que dos horas después apoyaría sus labios contra los de Marcelo, contestó que por qué no. 
    

miércoles, 11 de agosto de 2010

Póker

Una mesa redonda, de paño verde. De ésas, así como de póker.
Una luz de circunstancias ilumina la sala.
Se sientan a la mesa, la Razón y el Corazón.
Es un mano a mano en el que se juegan la felicidad (de más está decir que es un típico póker cerrado).
No es un juego fácil; ambos se conocen de memoria y son eternos rivales.
Sin embargo -y es aquí dónde radica el encanto del juego- solo uno de ellos miente (o se miente), otorgándole clara ventaja al adversario. El otro, por su parte, actúa con tanta naturaleza y espontaneidad que sería irresponsable no sospechar de estrategias.
Claro está a quién pertenece cada papel, ¿no?

Tic-tac, y el tiempo da las cartas.

Mientras la razón espera fría y concentrada las reacciones del corazón al mirar sus cartas, éste se emborracha de nostalgia y recuerdos vagos de tantas (tantas) manos anteriores. No son buenas cartas las del bobo. Es más; son pésimas, como las que le tocan siempre. Pero hace falta mucho más, si es que hay más, para que se abandone la mesa.

La Razón tiene todas las de ganar, le ha tocado una mano exquisita. La derrota no es siquiera una posibilidad. Pero, como siempre le sucede, no logra encontrarle significado a la tranquilidad de quien tiene enfrente, quien sabe que perderá inexorablemente. Se asusta y pierde los estribos. No medita con claridad a la hora de cambiar cartas. Se pregunta si ella sola puede contra él.

El Corazón eleva la apuesta. Tiene un full de angustias y certezas de sufrimiento. Fantasea con sacar un As de ilusión bajo la manga, pero como siempre, está arremangado y no puede ocultar nada.
Naturalmente, nadie se atrevería a hacer una apuesta fuerte con esa mano. Pero él confía en su instinto y una mala mano no lo hará cesar en su búsqueda de una escalera de placer.

La razón se regodea con un póker de experiencias, pero espera llegar a formar un color de seguridades. Observa detenidamente al Corazón. Se pregunta si tal vez puede salir vencido por ese rebelde e imprevisible músculo que va al frente desnudo y sin más mañas que la esperanza y la búsqueda incansable de eso que desconoce.
Iguala la apuesta al mismo tiempo que arriba a la sala la especulación. La seducción acude también, acompañada de la lujuria. Vestidas para la ocasión, ajustadas dentro de un rojo pasión y de inmediato flanquean a la Razón salpicándole gotas de desenfreno, que ella –inmutable como siempre- seca con un seco pañuelo de pudor y cordura.

De todas formas, el juego se reduce a ellos dos.

Los de afuera son de palo, por más que confundan incentivados por no quedar nunca afuera.
El tiempo pide ver cartas.

La Razón, exultante, despliega su juego: tiene escalera; experiencia, lógica, miedo, seguridad y comodidad.
El Corazón, rendido, extiende las cartas boca abajo por sobre el verde paño. Ya sabe que perdió y siempre lo supo. ¿Importa saber sus cartas?
Pero no por eso se va a privar de volver a tentar a la Razón en cuanto el coraje vuelva a convencerlo de que lo haga.

La Razón se recuesta en su asiento y fuma un cigarrillo de tranquilidad, mientras que el Corazón se ahoga en licores de desamparo e impotencia. Ebrio, pero de amargura, tambalea entre inseguridades.

Desparramado aguarda la llegada del Dolor, quien suele acostarse con él esas noches en que cree que puede ganar en una de esas mesas.

De paño verde.
Así, como de póker.   

martes, 27 de julio de 2010

Acuse de recibo

Te escribo porque hace mucho que no hablamos. Y recién hoy me dejan mandar la carta. No se cuánto tiempo pasó.
Es muy feo acá, sabés?. Las enfermeras te tratan como si fueras pelotudo y los doctores se la pasan tratando de hacerte creer que te quieren y que les importás, pero en cuanto les hablás o les comentás algo, enseguida empiezan a anotar todo en una libretita. A los que no les hablan, con el tiempo dejan de darles bola y se van apagando de a poquito, como esas lucecitas de los arbolitos de navidad, que se queman viste?.
Quería que te quedes tranquila, yo ya estoy mejor, me lo dicen todo el tiempo acá. Y que parece que ya no tengo para mucho más. A lo mejor tenía razón tu papá; qué se yo. Yo te juro que no me di cuenta. En el momento sí, pero después ya era tarde. O no, no sé. Lo único que me salió fue irme corriendo. Vos como estás, Sil? Tu hermano Beto? Ya debés estar terminando la facultad, que te gustaba tanto. A lo mejor te mandan a practicar acá, ¿no? Así nos veríamos un rato por lo menos. Yo te extraño mucho a vos. Te debió haber quedado un chichón  feo en la cabeza, pero ya se te debe haber pasado, calculo yo. En serio que no te quería pegar, eh. Pero ya sabés que se me sale la cadena a mi y bueno. Encima sabés de todos los líos que tenía ahí yo, si te contaba. Y vos me esuchabas mucho, mucho y me hacía bien. Pero ese día estabas mala conmigo. Yo igual te quiero mucho a vos, acá todos te conocen porque yo siempre les cuento de cuando íbamos al cine o al parque y a caminar por el centro y les prometí que los vamos a venir a visitar juntos cuando yo ya esté bien. Espero que no tengas problema, son buenos acá, otros no, pero viste como es.
Bueno, yo ya me tengo que ir que me espera la doctora. Te mando muchos besos y espero tu respuesta y verte pronto linda. TE AMO,
 Manuel


-Vamos, Bermúdez. ¿Ya terminó la carta?, bueno démela que yo se la mando. Vaya, Bermúdez, vaya.
-¿Le vas a mandar la carta, Susana?
-¿A quién querés que se la mande, Pablo? Este es el hijo de puta que mató a la novia, allá en Brandsen, hará tres años. Esta es la quinta que le escribe.

domingo, 18 de julio de 2010

Los dos

Él le pidió que lo perdonara; había sido esa única vez. Ella sacó su mano, que le corría el pelo detrás de la oreja.
Él trató de retenerla tomándola por la cintura, pero ella se alejó y fue a sentarse en la mesada de la cocina. Sacó la pava del fuego y pensó en la primera vez que lo había visto.
Él se acordó de la primera vez que salieron juntos, del recital en Colegiales y los acordes que le ponían música a sus ojos. Ella lloraba y tomaba mate, mientras él la escuchaba desde la pieza y pensaba en por qué le había mentido.
Ella se pasaba las manos por la cara, tratando de borrar las huellas de sus lágrimas. Él la miraba desde la puerta. Los dos voltearon para ver las primeras gotas de lluvia que se precipitaban sobre el pasto.
Él apeló a los recuerdos y le relató la primera vez que se enredaron entre sábanas. La vez que ella le pidió que no terminara y que él le había tapado los pies para que no se resfriara. Ella le confesó que odiaba dormir tapada. Sonrió.
Él se acercó y le acarició el antebrazo. Ella levantó la cara y volvió a mirarlo a los ojos. Con un dedo juntó sus labios.
Él dijo “te amo”, y ella contestó que a veces no alcanza. Afuera el cielo era negro y a veces blanco. Ella siguió tomando mate y él se sentó en el suelo, entre sus piernas, que con los talones golpeaban las puertitas de la bajomesada.
Ella le preguntó por qué lo había hecho. Él se escudó en los impulsos.
Ella le pidió silencio y le dijo “andate”.
Él apoyó la mano en el picaporte y volvió a mirarle el perfil. Giró la llave, cerró la puerta y apretó el botón del ascensor, mientras recordaba lo que ella había anotado en una servilleta esa noche en ese amor en ese bar.
Él, por primera vez creyó que no iba a verla más.
Ella lo alcanzó antes que el ascensor.
Ella lo abrazó llorando y él volvió a beber de sus labios.
Él le prometió “nunca más”. Ella le cebó un mate.
Afuera salía el sol. 

domingo, 27 de junio de 2010

Fin del camino

Noventa y tres kilómetros por hora, y la aguja que continúa devorando rayas blancas.
Tarde.
El quejoso e histérico grito de las gomas mordiendo el asfalto a cada volantazo para esquivar cada auto, cada camión, cada muerte a cada metro. El reflejo azul e intermitente que me asalta en los espejos y la otra aguja, la de la nafta, que se precipita al vacío.
Ciento cinco kilómetros por hora y por qué soy yo la presa.
“Pueblo Libertad, 25 kilómetros”, el cartel se burla de mi adrenalina.
¿Hacía falta? Si, hacía. ¿Llegar a ese extremo? Quizás, quizás no. Aguantá un poco más. Los postes de luz aceleran y el horizonte parece ser mi único refugio.
Ciento veintitrés kilómetros por hora y el primer disparo que entra por la luneta.
El pie que se funde con el acelerador y el motor que gruñe endemoniado. Los billetes; los papelitos color violeta debajo de la campera en el asiento del acompañante, escoltados por el .38. Un patrullero que trata de ponerse a mi lado y la cara de la caza en la cara del cazador del policía.
Ciento cuarenta y la transpiración resbala desde mi cuello hasta la palanca de cambios.
“Pueblo Libertad, 7 KM” y espero que aguantes un poco más.
Y por qué no había puesto el seguro, y por qué el chico que justo tenía que entrar en la oficina. Y por qué nadie quiso escucharme. Los disparos silban perversos alrededor. El helicóptero de la televisión y mis uñas atraviesan el cuero del volante. Ya llego.
167 Km/h y la aguja de la nafta que termina de desplomarse.
Y por qué te enfermaste así, y por qué la prepaga no quiso cubrir el tratamiento, por favor aguantá un poco más, mi amor, ya llego. “Rotonda Pueblo Libertad” y vos que ya debés haber puesto el noticiero y estos hijos de puta que le aciertan a una de las cubiertas.
109 y me dirijo a la banquina.
74 y el primer vuelco.
58 km/h y atravieso el parabrisas.
0.
“Espectacular persecución policial tuvo lugar la noche de ayer en los alrededores de Pueblo Libertad. El hecho se produjo a las 20.45, luego de que Hugo Giménez, albañil de 35 años, asesinara al empresario textil Walter Rovirá para sustraerle la suma de $30.000 pesos. El homicida escapó de la escena del crimen en un automóvil Renault 9 y fue perseguido por efectivos de la policía bonaerense que tras una heroica y valiente persecución que duró más de dos horas lograron que perdiera el control del vehículo y diera un vuelco, que terminó con la vida del delincuente. El hijo de Rovirá, de 9 años había alertado a la policía luego de presenciar el brutal asesinato de su padre.
                                Fuentes judiciales aseguran que Rovirá, un empresario reconocido 
                                por su…”