martes, 19 de octubre de 2010

Solo

-Ya está. Quedó inconciente, vámonos.
-¿A dónde nos vamos? De acá no te movés, Franco. ¿O ya te olvidaste de lo que te hizo la putita esta? Me pediste que te ayudara. Bueno, acá estoy. Vamos a terminar ahora.

Tenía razón. No hubiese podido llegar hasta ahí sin él. Pero verla inmóvil, enredada en el mismo vestido que le había regalado la semana anterior y que prometió estrenarlo esa misma noche me estremecía. Los ojos de Alejo eran severos; esas dos perlas negras decían más que su voz áspera y gruesa, que parecía salir de mi propio subconsciente. Yo quería lastimarla, quería verla sufrir. Pero sabía que no podía hacerlo solo.
-Sos un cagón de mierda, eso es lo que sos. Cagón. Ayudáme. Vamos a meterla al baño.
Por eso mismo le había pedido ayuda a Alejo. Era decidido. La agarré de los tobillos, mientras él la tomaba por los hombros. El golpe en la cabeza comenzaba a hincharse. Corrimos las cortinas de la bañera y la pusimos acostada, con la cabeza apoyada sobre la canilla. Se oyeron tres golpes en la puerta.
-No abras.
-Tengo que ir, debe ser Alicia, vive en el contrafrente. Debe haberla escuchado gritar cuando le pegaste con el velador.
-Ni se te ocurra ir-, insistió. Sos capáz de mandarme al frente, hijo de puta.
-No, Alejo-, lo tranquilicé. Aunque empezaba a dudar de su perversidad. Parecía disfrutar viendo el cuerpo de Luciana, vulnerable a recibir el castigo que creíamos justo. Fui hasta la puerta y abrí con el pasador puesto.
-¿Pasó algo, nene? Escuché mucho ruido, y ustedes suelen ser calladitos siempre. Perdón que me meta. ¿Está todo bien?
-No pasa nada, doña. Estamos mirando una película y la tonta se asustó un poco. Vaya tranquila, nomás-. Alejo estaba atrás mío cuando Alicia se alejaba por el palier.
-La vieja sabe, Franco. Te dije que no fueras a la puerta.
-No sabe nada. Cortala.
Sonrió. Fue hasta la cocina, silbando. Después empezó a murmurar algo, no entendía. De pronto sentí que todo podía salir mal; muy mal. Prendí un cigarrillo y me senté en el sillón del living, escuchando la hoja de metal afilarse sobre la piedra. Volvió a silbar. Entre el humo veía asomar su cabeza por la abertura de la puerta corrediza que daba a la sala y como dirigía miradas precisas, no a mi cara, no a mis ojos. Miraba detrás de mí.

-Vos lo quisiste así. ¿O no te acordás?- el acero raspando el esmeril era el tic-tac de un reloj de cuarzo. Escuchaba los latidos de Luciana.-Es una mierda la flaquita esta. Mañana a esta hora me lo vas a agradecer, Franco. Quedate tranquilo que yo me ocupo de todo. No merece otra cosa. Andá a saber hace cuánto te estaba cagando. Esas cosas no se hacen, Franco. No se hacen. No irás a decir nada vos, ¿no?- guiñó un ojo.

Silbaba otra vez, mientras terminaba por sacarle filo al hacha de cocina que nos había regalado mi suegra cuando nos mudamos a capital. Sentía la respiración de Luciana como si la tuviera en mis brazos. Hasta podía ver como su pecho subía y bajaba agitado. Fui al baño tratando de hacer el menor ruido posible mientras Alejo seguía en la cocina.
Traté de reanimarla. No me importaba lo que hubiese hecho. Había vuelta atrás. Parpadeó débilmente.
-¡Luciana, Luciana!- traté de susurrarle al oído, arrodillado sobre la bañera-. Tenemos que irnos-. Pero no había respuesta. En el living habían prendido el equipo de música. El ruido era insoportable, aunque me permitió oír la voz de Alejo.
-Franco…
Los pasos se acercaban. Sacudí a Luciana, realmente quería que despertara, que pudiera escapar de la monstruosidad que estaba a punto de ocurrirle. Que eludiera la muerte inevitable a la que la había expuesto. La sombra de Alejo nos bañó a ambos.
-Sabía que te ibas a tirar atrás, cagón. Correte-. Levantó a Luciana por la trenza cosida que se había hecho esa misma tarde y la apoyó contra el borde.
-No la quiero matar. No la mates, por favor.
-Lo hubieses pensado antes, Franquito-. Traté de tomarlo del brazo, de bajar el hacha que estaba por cortar la vida, pero un golpe de Alejo me tiró contra los azulejos. Él me miró a mí. Yo la miraba a ella. Antes de que el metal abrazara su cuello vi en sus ojos tristeza.


       La sangré me salpicó el rostro. Un grito ahogado de Luciana es el último recuerdo que tengo de ella, junto a una carcajada oscura y siniestra de Alejo. Me impresionó ver que se había puesto mi ropa. Tampoco había notado antes su cicatriz en el pómulo izquierdo, similar a la que yo tengo.


       Lo que más me sorprendió, fue encontrarme en el baño solo y ver el hacha en mis manos.





lunes, 4 de octubre de 2010

Locura, lacura

Lo siguiente es un trazito; un bucle de un garabato más grande. 


Y qué es un recuerdo si no son tus manos atrás de mi oreja, tu pelo hecho jirones que son barro en mis dedos o tus palabras bailando en mi oído. Mirar para atrás nunca es justo si convenimos embellecernos.

De día nos conformamos con la rutina. ¿de qué nos serviría la luna, sino? Vos con tus cortados, un especial de salame y queso en la mesa que da a Leandro Alem, las manos que retuercen el delantal, anotás con ese lápiz chiquitito y sin punta, “ya está lista la 6” y “cobre aquí” y “¿cuánto es todo?”, o te lo pedí doble en jarrito, y las moneditas debajo del plato y arriba de la servilleta con esas manchas marrón clarito y algún garabato de lapicera azul. Yo con mis remitos y la calculadora que anda tan mal, las facturas y esa luz de tubo sin ni una puta ventana. Las banditas elásticas, los clips y “¿esto tiene ingresos brutos?”, consumidor final, “endosáme el cheque”, y que me cierra el banco y tribunales, y el banco provincia de avenida Córdoba, el diario arrugado entre el brazo y la axila, haciendo malabares para tratar de prender un cigarrillo.

Y para los dos… Florida. Sin las palmeras, pero con manteros. A contramano. Los rostros y los brazos, los tacos que encabezan el éxodo hacia corrientes o hacia avenida de mayo y nosotros que entramos a las 19 a un edificio de oficinas que es la fiel representación de la inexistencia fuera del horario laboral. La oficina vacía número 302. la copia de la llave que le robaste a tu viejo antes de mandarlo a la mierda y a esperar que no salga el remate y a esperar que en tu familia piensen que todavía está hecha una mugre (y en verdad lo está). un disco de los Charly si me aguantás un rato o vos lo ponés al Flaco y nos miramos hasta que uno dice alguna estupidez que nos recuerda que las agujas corren por ese disco blanco lleno de rayitas y números.

-Imaginá que vivimos siempre una hora-, interrumpió Celeste.
-¿Cuál?
-12 horas, doce horas. Siempre las mismas 12 horas. El reloj es un círculo, no una recta.
-pero el tiempo sí es una recta. lineal.  
-A mi no me consta. Igual, no estás viendo lo importante. Imaginá lo que te digo.
-Bueno, las mismas doce horas. ¿y Ahora?
      -Ahí tenés. No habría ahora, habría ahoras. Cambia toda la percepción que tenés de tiempo. No podés pensar nada para ahora porque en exactas doce horas vas a estar en el mismo lugar. ¿Qué hacés, entonces?