martes, 12 de julio de 2011

Alfa y Omega


Fin.
Sintió placer después de escribir la palabra que decretaba el cese del relato. Fumó un cigarro mientras releía los últimos capítulos de la que –podría ser- se convertiría en su última novela.
Si la vanidad no le hubiese impedido apartar la vista de la tinta todavía fresca, hubiese visto por el ventanal del estudio a dos hombres saltando la tranquera.
En la mañana iría a entregar los originales, aún antes de la fecha límite.
Y luego las lecturas, las conferencias, las invitaciones a los congresos. Pensaba en los colores que sugeriría a los diseñadores para la portada mientras uno de los hombres aprovechaba el descuido de una ventana entreabierta en la planta baja.
Se puso de pie y abrió la vitrina. Bebió un trago de coñac imaginando la adaptación para un largometraje al mismo tiempo que otro miraba atentamente su espalda desde la puerta del estudio.
Antes de irse a dormir recordó haber dejado la luz del pasillo encendida, pero al voltear encontró el brillante acero de un revólver apuntando a su entrecejo. Se dijo que no había por qué temer, que se trataba simplemente de un robo, cuando quien lo enfrentaba vacilaba por los nervios de encontrarse por primera vez en una situación de semejante calibre. Intentó calmarlo, acercándose con las manos en alto. Pero desconocía que ante movimientos imprevistos, algunos suelen actuar de la forma menos pensada. Sintió como el plomo caliente le quemaba por dentro viendo la copa estrellarse en el suelo y deshacerse en un puñado de pequeños cristales.
Se desplomó en la alfombra pensando en las regalías que dejaría su –ahora sí- última novela.
Fin.
Esa placentera sensación de haber escrito esa palabra que finaliza la historia. Poder disfrutar de un cigarro releyendo los últimos capítulos. Tomarme un buen trago de coñac pensando en el recibimiento de la crítica de la que -puede ser- mi última novela. 

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